Betancourt y McCain (La primera, 03 de julio)
jueves, 3 de julio de 2008
César Hildebrandt - La Primera, Lima, 03 de Julio del 2008
Las últimas imágenes internacionales de Álvaro Uribe, el presidente de Colombia, procedieron de sus conversaciones con John McCain, el prisionero de guerra del Vietcong que hoy quiere llegar a la presidencia de los Estados Unidos para continuar el legado de George W. Bush.
Era rara esta visita de John McCain a Colombia, pero lo que era evidente es que ambos personajes querían decirle algo al mundo. Algo así como que “estamos juntos y creemos en lo mismo”. Y “lo mismo” es, fundamentalmente, el Plan Colombia, cuyo eje conceptual es una nueva alianza con los Estados Unidos y una apuesta por la subordinación continental a la primera potencia militar del mundo.
No tengo ninguna duda de que Uribe aceleró la visita de John McCain a Colombia para que fuera parte de una secuencia triunfal, terminada ayer con la histórica liberación de Ingrid Betancourt y los tres agentes de la CIA derribados por las FARC cuando hacían un vuelo de reconocimiento y barrido electrónico en una zona controlada por la guerrilla.
Pocas horas antes de la gran noticia de ayer, en la conferencia de prensa ofrecida en Cartagena de Indias, McCain, sintomáticamente, subrayó estas palabras: “Felicito al presidente Uribe por los progresos contra la insurgencia marxista de las FARC y espero que estos avances produzcan pronto la liberación de los rehenes, incluyendo a los tres ciudadanos norteamericanos cautivos”.
Está claro que McCain sabía lo que se venía en las horas siguientes. Y está claro que al reeleccionista Uribe le conviene un McCain y no un Obama en la Casa Blanca. Al impregnar a McCain con algo del brillo de la “Operación Jaque”, Uribe le da una mano a la causa republicana y recibe, a su vez, el espaldarazo de los duros de Washington, esos que confían en que podrán demoler a Obama en lo que falta de campaña.
El vocero de McCain dijo en Bogotá, apenas aterrizado, que “con este viaje el senador reconoce que Colombia es un gran aliado de los Estados Unidos y que, a diferencia de Obama, él sí conoce la problemática de América Latina”.
Todas estas circunstancias como que pretenden ensuciar la estupenda noticia del rescate de esa heroína de la resistencia llamada Ingrid Betancourt. Felizmente, por encima de Uribe y sus bizarros enroques de presidente auxiliado por los paras, está la sonrisa de Ingrid y la alegría mundial por habérnosla devuelto.
Qué decir de este personaje, por el que clamamos hace meses en esta misma página, sino que encarna el espíritu de la libertad. Y qué otra cosa se le puede desear a Ingrid Betancourt que no sea que recupere, en todo lo que pueda, estos siete años que le robaron los salvajes.
Sí, porque hay que ser salvaje para interpretar el marxismo secuestrando por años a civiles ajenos al enfrentamiento y a militares rendidos en acción, encadenándolos a árboles al anochecer, negándoles alimentación adecuada o asistencia médica, torturándolos psicológicamente con el fin de quitarles toda esperanza y negarles la última migaja de voluntad. Y sólo el comunismo de mosquito y prontuario puede pretender que “la doctrina” del rapto interminable le hace bien a una causa que pretende liberar a Colombia.
Las FARC ya no es que estén gravemente heridas. Las FARC agonizan. Y ni siquiera les espera la epopeya del combate final sino la lápida del ridículo –además de la deserción, la traición pagada y las cadenas logísticas y de mando rotas en mil pedazos–. Porque sólo puede calificarse de tragicómica la vulnerabilidad de sus altos mandos ante la grosera operación de inteligencia que les hizo creer en un traslado aéreo inexplicable promovido por una organización humanitaria inexistente. Las FARC empezaron como sucesoras de Gaitán y están terminando como las enanas en el circo de Macondo.
Le hace bien a Colombia que las FARC agonicen. Ya era tiempo de que el foquismo bandolero recibiera una lección de esta magnitud. Pero no le hace bien a Colombia que sea Álvaro Uribe, mayordomo de Washington, quien usufructúe la victoria. Porque Uribe no es que quiera ser el Fujimori colombiano. Ese papel le parece pequeño. Este señor tiene la aspiración de convertir a Colombia en el Israel latinoamericano. Y, claro, en esa hipótesis Venezuela será Irán, Ecuador será Siria, Nicaragua un Irak por invadir y Cuba, como siempre, el escondrijo imaginario de todos los Bin Laden que en el mundo han sido. Uribe usa a Chávez para engordar bajo la sombra norteamericana. Y usa a las FARC para montar un caudillismo de raíces asesinas.
La buena noticia es que Ingrid está libre. La mala es que Uribe podrá ahora sentirse más fuerte para arremeter en contra de la Corte Suprema. Y es que se juega la vida con esa investigación abierta sobre Yidis Medina, la congresista que, al cambiar su voto por el encanto de un soborno, posibilitó la reelección del presidente colombiano.
Ayer que escuchaba a Ingrid Betancourt alabar a Uribe de un modo tan intenso como extraño a su habitual talante, me preguntaba, en medio de la alegría indescriptible que compartía con millones de televidentes, si esta mujer excepcional no había sido liberada de las zarpas de las FARC para caer –espero que por poco tiempo– en el dulce cautiverio del uribismo armado.
Era rara esta visita de John McCain a Colombia, pero lo que era evidente es que ambos personajes querían decirle algo al mundo. Algo así como que “estamos juntos y creemos en lo mismo”. Y “lo mismo” es, fundamentalmente, el Plan Colombia, cuyo eje conceptual es una nueva alianza con los Estados Unidos y una apuesta por la subordinación continental a la primera potencia militar del mundo.
No tengo ninguna duda de que Uribe aceleró la visita de John McCain a Colombia para que fuera parte de una secuencia triunfal, terminada ayer con la histórica liberación de Ingrid Betancourt y los tres agentes de la CIA derribados por las FARC cuando hacían un vuelo de reconocimiento y barrido electrónico en una zona controlada por la guerrilla.
Pocas horas antes de la gran noticia de ayer, en la conferencia de prensa ofrecida en Cartagena de Indias, McCain, sintomáticamente, subrayó estas palabras: “Felicito al presidente Uribe por los progresos contra la insurgencia marxista de las FARC y espero que estos avances produzcan pronto la liberación de los rehenes, incluyendo a los tres ciudadanos norteamericanos cautivos”.
Está claro que McCain sabía lo que se venía en las horas siguientes. Y está claro que al reeleccionista Uribe le conviene un McCain y no un Obama en la Casa Blanca. Al impregnar a McCain con algo del brillo de la “Operación Jaque”, Uribe le da una mano a la causa republicana y recibe, a su vez, el espaldarazo de los duros de Washington, esos que confían en que podrán demoler a Obama en lo que falta de campaña.
El vocero de McCain dijo en Bogotá, apenas aterrizado, que “con este viaje el senador reconoce que Colombia es un gran aliado de los Estados Unidos y que, a diferencia de Obama, él sí conoce la problemática de América Latina”.
Todas estas circunstancias como que pretenden ensuciar la estupenda noticia del rescate de esa heroína de la resistencia llamada Ingrid Betancourt. Felizmente, por encima de Uribe y sus bizarros enroques de presidente auxiliado por los paras, está la sonrisa de Ingrid y la alegría mundial por habérnosla devuelto.
Qué decir de este personaje, por el que clamamos hace meses en esta misma página, sino que encarna el espíritu de la libertad. Y qué otra cosa se le puede desear a Ingrid Betancourt que no sea que recupere, en todo lo que pueda, estos siete años que le robaron los salvajes.
Sí, porque hay que ser salvaje para interpretar el marxismo secuestrando por años a civiles ajenos al enfrentamiento y a militares rendidos en acción, encadenándolos a árboles al anochecer, negándoles alimentación adecuada o asistencia médica, torturándolos psicológicamente con el fin de quitarles toda esperanza y negarles la última migaja de voluntad. Y sólo el comunismo de mosquito y prontuario puede pretender que “la doctrina” del rapto interminable le hace bien a una causa que pretende liberar a Colombia.
Las FARC ya no es que estén gravemente heridas. Las FARC agonizan. Y ni siquiera les espera la epopeya del combate final sino la lápida del ridículo –además de la deserción, la traición pagada y las cadenas logísticas y de mando rotas en mil pedazos–. Porque sólo puede calificarse de tragicómica la vulnerabilidad de sus altos mandos ante la grosera operación de inteligencia que les hizo creer en un traslado aéreo inexplicable promovido por una organización humanitaria inexistente. Las FARC empezaron como sucesoras de Gaitán y están terminando como las enanas en el circo de Macondo.
Le hace bien a Colombia que las FARC agonicen. Ya era tiempo de que el foquismo bandolero recibiera una lección de esta magnitud. Pero no le hace bien a Colombia que sea Álvaro Uribe, mayordomo de Washington, quien usufructúe la victoria. Porque Uribe no es que quiera ser el Fujimori colombiano. Ese papel le parece pequeño. Este señor tiene la aspiración de convertir a Colombia en el Israel latinoamericano. Y, claro, en esa hipótesis Venezuela será Irán, Ecuador será Siria, Nicaragua un Irak por invadir y Cuba, como siempre, el escondrijo imaginario de todos los Bin Laden que en el mundo han sido. Uribe usa a Chávez para engordar bajo la sombra norteamericana. Y usa a las FARC para montar un caudillismo de raíces asesinas.
La buena noticia es que Ingrid está libre. La mala es que Uribe podrá ahora sentirse más fuerte para arremeter en contra de la Corte Suprema. Y es que se juega la vida con esa investigación abierta sobre Yidis Medina, la congresista que, al cambiar su voto por el encanto de un soborno, posibilitó la reelección del presidente colombiano.
Ayer que escuchaba a Ingrid Betancourt alabar a Uribe de un modo tan intenso como extraño a su habitual talante, me preguntaba, en medio de la alegría indescriptible que compartía con millones de televidentes, si esta mujer excepcional no había sido liberada de las zarpas de las FARC para caer –espero que por poco tiempo– en el dulce cautiverio del uribismo armado.
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